La buena gente

Ha sido un año muy duro para ella. Como vulgarmente se dice parece como si todo el Universo se hubiese confabulado en su contra. Recién cumplidos los cincuenta, hacía dieciocho meses que se había separado después de haber cumplido las bodas de plata en su matrimonio. Aunque era una ruptura anunciada dado que las inquietudes culturales, sociales y por ende, laborales de ella –muy por encima de las de él- iban por caminos divergentes, el tener una hija de veintidós años que no acaba de estabilizarse en el mundo laboral y un adolescente de quince con problemas de crecimiento, convirtió en áspera una quiebra que no iba a ser traumática. Consumado el fracaso matrimonial que le dejó a ella en herencia una hipoteca que liquidar, un adolescente que completar, una hija que situar y ella, una mujer con todo por hacer, la empresa en la que trabajaba desde principios de los ochenta, trasladaba su sede a más de seiscientos quilómetros –consecuencia de una absorción que tanto se estaban dando en la industria farmacéutica- y querían aprovechar para hacer “borrón y cuenta nueva” con sus trabajadores.
Tuvo suerte a sus ya cincuenta años, justo la edad en que la empresa privada expulsa inmisericorde a los que la han cumplido –y más tratándose de una mujer- de encontrar un trabajo en una multinacional del sector. La vida le ofrecía otra oportunidad. Un trabajo que le gustaba y para el que había demostrado sobradamente su capacidad, un sueldo superior al que percibía, una indemnización laboral con la que podría afrontar las reformas de su casa –que cambió de arriba abajo para que nada le recordase su época matrimonial pasada- y quién sabe si redimir algo de la hipoteca pendiente y, lo más importante, un jefe que desde el primer día ella calificó de “buena gente” y al que, en un arranque de sinceridad, le explicó las penurias por las que estaba atravesando.
Pero es bien sabido que las empresas tienen las entrañas hechas de beneficios en un cuerpo organizado única y exclusivamente para conseguir esa finalidad, incluida ésta que, sin embargo, tiene fama de atesorar una política social para sus trabajadores envidia de los sindicatos. Así, desde el primer día, teniendo la espada de Damocles del maldito “periodo de prueba” completaba jornadas de quince horas en pos de que la cirugía del papel moneda embelleciese las cuentas corrientes de los socios de la Multinacional. Ello le hizo descuidar a sus hijos, especialmente a su hijo pequeño, a su casa y a ella misma que día tras día veía como su ansiada independencia se sumía en un pozo al que no le llegaba a ver el fondo. Se acumulaba el trabajo y con ello, se apilaban las exigencias del jefe. Crecían los problemas que se iban colando en algún lugar de su conciencia sin que ella se diese cuenta. Ganaban terreno las sombras sin que hubiese luz capaz de dispersarlas. Un viernes de abril, a las ocho de la tarde, su jefe “buena gente” le dijo: “Creía que contigo había fichado un crack, pero veo que me he equivocado”. Ella no le devolvió respuesta. No supo qué contestar. Al llegar a su casa, seguía sin poder quitarse de su cabeza las palabras que le había dicho su jefe, él que era “buena gente”. Más allá de esas palabras solo había oscuridad y no encontraba el desagüe por el que poder verterlas a las cloacas del olvido.
Aquella noche abrazó como nunca lo había hecho a sus hijos, primero al pequeño, su adolescente, luego a su hija mayor, la mujer que estaba a punto de germinar. Sabía que no los volvería a ver. Ya en su cuarto se tomó dos tubos enteros de “tranquimazín”, sabiendo que desaparecería la oscuridad… y también la luz para siempre. No pudo tomarse el tercero porque su hijo entró en la habitación. Estuvo justo el tiempo necesario para que ella iniciase un profundo sueño. A la mañana siguiente su hija no pudo despertarla. Fue necesario un lavado de estómago y cuarenta y ocho horas para que volviese la vida a aquél cuerpo. A su espíritu iba a tardar bastante más dejando una herida de la que nunca podría curarse. Rodearse de la cabrona “buena gente”, la que se define así por el solo hecho de no haber matado nunca a nadie, no le va a ayudar mucho pero hay tant@s.
12 comentarios
Para calma, derramándose -
Para kale, anunciando catástrofes -
calma -
Un beso
kale -
Una mujer de 22 años, mató a sus dos hijos, de 3 y 5 y se suicidó colgándose de su escalera... qué cosas!!!
Para agradablemujer, acusica -
agradablemujer -
Para agradablemujer, la insomne espantada -
agradablemujer -
Hoy tendre pesadillas por tu culpa.
Para Ali40x20, escaladora de profesión -
Para Vagalume, sin remedio -
Mediocre mundo el nuestro.
Ali40x20 -
Esta es sólo una forma de decir "me rindo"
Vagalume -
Sigo opinando que vivir para trabajar es una mierda, mas bien trabaja para vivir...
Mediocre historia la de hoy.